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Irrigaré tu cuerpo
con lujuria de mis besos,
despacio, despacito...
con la cadencia
de respiros perezosos,
rastreándote
entre líneas vertebrales,
entre curvas
de rectos desbocamientos
y apetitos de erectos cimientos.
Tu pan, ¡¡está ahí!!
Mi comida sagrada,
alimento del averno de mi sexo,
sustancia que envenena el alma
y purifica los gemidos
de mi aliento.
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